Imágen Javier Giovannelli

domingo, 19 de septiembre de 2010

Final

Soy de las chicas a las que les cuesta decir basta. Te cuesta el límite, dirían muchas de mis ex terapéutas, con algo de razón,  supongo.
No es que no lo vea, lo veo con toda claridad. Sé detectar el preciso momento en el que la transgresión deja de ser divertida. No soy de las chicas a las que las que les encanta forzar límites sin medir costos. Es solo que no aprendo a parar a tiempo.
Me dejo llevar, a pesar del miedo, del dolor que se que vendrá tarde o temprano, a pesar de la angustia que aumenta poco a poco, de la desesperación que me invade, a pesar de la decepción que se acrecienta, a pesar de esa tristeza que me cierra tanto la garganta que no puedo gritar basta, ni en el último momento.
Y después lo de siempre: llorar las ausencias, evocar imágenes agradables, escarbar en recuerdos hasta que duela el cuerpo, desarmarme, romperme en tantas partes como sea posible y quedar devastada.
Entonces, recién entonces, decido volver a empezar.  Armarme con paciencia, con la ayuda de amigos, que para esta altura conocen la secuencia tan bien como yo.
Mirarme al espejo: los ojos hinchados de llorar, la mirada triste, no hay sonrisa, no hay rastros de amabilidad. Mirarme fijo a los ojos, prometerme que eso no volverá a pasarnos, que esta fue la última vez, que ya no más seguir hasta el final, que al final nunca pero nunca, nunca el sapo se convierte en príncipe. Cerrar los ojos, prometerlo con todas las fuerzas, abrir los ojos, dibujar una sonrisa, respirar hondo y descubrir que teníamos los dedos cruzados.

2 comentarios:

Clara dijo...

Y si el sapo es un sapo gordo y bajito, no sólo no se convierte en príncipe sino que además se vuelve un sapo perverso!

Laura Elias dijo...

Totalmente. Sapo malo!!!!

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