El insecto insiste en atravesar el vidrio.
Una y otra vez golpea el cristal,
con insistencia, con tenacidad.
Golpea con toda la intensidad
que le es posible.
El vidrio, en cambio, no se inmuta.
No vibra. No se mueve. No cede.
El vidrio resiste en su inmovilidad,
ajeno al esfuerzo del insecto.
La inanimidad del vidrio es su fortaleza.
La absurda insistencia del insecto,
el único sentido de su vida.
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